Sep 10, 2009

Nuestros Alimentos (Parte II)


Nuestras comidas también eran más sabrosas y aromáticas. Cierta vez  probamos la comida hecha por un clan nómade que nos visitó. Por la  carne, claro está, sentimos repulsión y no quisimos ponerla en la boca,  hasta por una cuestión de higiene. Pero aceptamos algunos vegetales  que la acompañaban. No tenían gusto a nada. Era como si ellos  creyesen que la comida era la carne, y no precisaba de condimentos.  El resto no merecía ningún cuidado especial. Cuando les ofrecimos  nuestros vegetales preparados en el horno, con leche y manteca,  condimentados con hierbas y semillas aromáticas, dejaron a un lado la  comida de ellos y prefirieron la nuestra. También nos pareció que no  conocían el arte de hacer pan, pues, siendo nómades, no plantaban  cereales, y así daban preferencia a la caza y a la pesca.  

Teníamos varios tipos de pan, cada cual con una selección de granos y  hierbas y con una forma diferente. Pero era siempre pesado y duro.  Cuando pregunté a mi madre si no podía ser más blando, ella se rió,  hizo una mueca y no me respondió. Le hice otra mueca y continué  masticando mi pedazo de pan. Más tarde descubrí que podía dejarlo  un poco en la leche y conseguir la consistencia deseada.  

Una plato delicioso que preparábamos era una combinación de granos,  dejados en remojo con hierbas aromáticas durante la noche. En  verano, comíamos ese plato crudo, acompañado de cuajada. En  invierno lo cocinábamos y lo servíamos todavía humeante.  

Nuestra familia tenía un cariño especial por un arbusto que daba unas  semillas redondas, oscuras y brillantes, que eran molidas y guardadas  para agregar a algunas recetas. Además de perfumar el alimento y  enriquecer el sabor, se decía que tenían la propiedad de aumentar la  energía para el trabajo y evitar enfermedades.

Yo Recuerdo, Maestro DeRose

   (Foto cortesía Flickr - Dornenhecke)

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