Nov 6, 2009

Parar para crecer



Cuando queremos conquistar algo, indiscutiblemente tenemos que concentrarnos, hacer foco, realizar acciones concretas. En esos casos, que ocupan gran parte de nuestros objetivos y nuestro tiempo, siempre viene bien tener algún sistema para organizarnos y reducir la dispersión.

Pero no podemos dejar de lado que las realizaciones son una manera de evolucionar, aunque no la única posible. La alta productividad evidentemente es útil para prosperar en determinados aspectos. Sin embargo, es importante observarse continuamente, para saber hasta qué punto uno rinde más si se exige más, y cuándo todo el sistema se transforma en un círculo vicioso que acaba conduciéndonos hacia el estrés y la saturación.

Antes de llegar a ese punto, hay muchísimas opciones que nos permiten evolucionar como personas en forma balanceada. Una elección válida es practicar alguna disciplina que abarque calidad de vida y desarrollo personal (en mi caso, he elegido el Método DeRose). Paralelamente, una posibilidad enorme de crecimiento se presenta cuando viajamos.

Una pausa en el camino
Encontramos una buena oportunidad para crecer cuando abrimos los horizontes y nos disponemos a conocer nuevos lugares, culturas diferentes, otros amigos. Si las capitalizamos bien, este tipo de experiencias nos acomodan en otro punto de vista, permitiéndonos reafirmar o revisar valores y creencias para modificar lo que haga falta.

Corto o largo, acompañado o solitario, ir cerca o lejos… cada viaje será una invitación a interrumpir el ritmo de la rutina cotidiana para ampliar la perspectiva. Viajar es un excelente catalizador evolutivo.

Es común que durante un viaje se produzca el fenómeno de “parar para ver”. Hagamos un paralelismo: es como si nuestra vida diaria fuese un tránsito a través de un sendero angosto entre dos aldeas de montaña e, independientemente de la prisa en llegar de un lugar a otro, detuviéramos por un instante la caminata para apreciar la belleza de la naturaleza alrededor, generando un momento mágico, especial, en el que por un instante todo se detiene y somos capaces de percibir los aspectos más sutiles del universo que nos rodea. Después de eso, no veremos el camino con los mismos ojos. Una travesía bien aprovechada es exactamente como ese impasse.

Muchas veces la distancia más corta entre dos sitios nos aleja de la ruta más bonita. Apreciar la belleza que existe dentro y alrededor de nosotros demanda un sendero más largo, dar algún rodeo, detenerse unos minutos.Dentro de la atribulada vida urbana de estos días, un viaje es una excelente opción para parar un poco. Y crecer. 

Natalia Sanmartín Gil Instructora del Método DeRose 

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